¿Has abrido una despensa y observas esos estantes de metal luchando por su espacio? Son similares a los calcetines: siempre se requiere uno o la tapa que se ajuste correctamente. Lo asombroso es que pocas personas consideran el volumen de historias que pueden caber en un mero contenedor translúcido. Un diminuto tesoro diariamente al que le confiamos desde la sopa del domingo, hasta ese tenedor perdido que seguro usarás “algún día”.

Inicialmente, la variedad inquieta. Hay de forma redonda, cuadrada, con divisiones, apilables, flexibles, con pestaña roja y cierre verde, que garantizan conservar un aroma y frescura similar a una bóveda bancaria. Sin embargo, la verdad es que en ocasiones, la salsa de tomate decide quedarse ahí para siempre, y luego ni con lejía logras quitarlo. Cada contenedor se asemeja a una caja de Pandora: nunca puedes prever qué sorpresa hallará dentro tras meses en el congelador.
Una representación tradicional: “¿Dónde se encuentra el recipiente grande?” Y alguien contesta desde la cocina: “Está almacenando herramientas en el taller”. Sí, esos tarros terminan con botones, bobinas de hilo y, naturalmente, restos de alimentos de esa receta experimental que nunca se volvió a realizar. Ya que la vida útil de un recipiente raramente concluye en el vertedero. Se recicla, resiste cambios de vivienda y, generalmente, se convierte en maceta, biberón para animales o incluso en un tupper improvisado para transportar pasteles a la oficina.
Respecto a la purificación: una odisea. Ese instante grandioso al tratar de extraer el aroma a ajo que parece estar restringido por un pacto enigmático. Es en ese punto donde la creatividad del hogar se manifiesta; bicarbonato, sol, vinagre y media docena de rezos antes de almacenar los gajos de naranja. Existen personas que, hartos, eligen el vidrio, aunque siempre vuelven al plástico debido a su peso reducido y, con suerte, no se fractura al caer.
Es innegable el ingenio al apilarlos. Es más fácil jugar al tetris. Sin embargo, lo más importante es que, a pesar de ser humildes, traen consigo recuerdos: pasteles de cumpleaños, la ensalada del picnic, arroz envuelto para el amigo que apareció sin previo aviso. Las tapas extraviadas y los botes desgastados aluden a la familia, a la comida conjunta, a las improvisaciones en movimiento.
Numerosos hablan sobre el impacto ecológico, y tienen razón; es necesario reconsiderar su uso, optar por reutilizar y reciclar. Sin embargo, es innegable que el recipiente de plástico se integra en el entorno de la cocina, al igual que ese cuchillo con mango torcido que todos prefieren. Existen un vínculo imperceptible entre las cosas mínimas y nuestro día a día, donde lo simple se transforma en esencial. Finalmente, cada envoltorio guarda un pequeño mundo, aunque pocas veces lo consideramos mientras guardamos el arroz o el último trocito de pastel.